martes, 23 de febrero de 2010

Eterno Resplandor




El despertar fue duro, sintió las sienes palpitarle y se descubrió vestida igual que la noche anterior, apenas huyendo del frío bajo un delgado cobertor, “demasiada luz” fue la primera frase coherente que logró hilar en su cabeza, “demasiada luz” y le pareció una burla.

Una mueca dolorosa, irónica, se dibujo en su rostro; posición fetal, “que asco ser tan cliché” se reprochó en voz baja, recordó la madrugada y le pareció tan lejana, tan ajena, como ver una mala película que lo único que quieres es que se acabe ya para salir corriendo de la sala de cine.

Había subido a obscuras las escaleras y allí en la mitad del descanso de los escalones se había desplomado; no logró ubicar una fecha en el calendario, quiso recordar la última vez que había llorado tanto y no obtuvo respuesta.

Sentía todavía un yunque instalado sobre el cuerpo, aplastándola contra la cama, -tan ancha-, como pudo apoyó una mano contra la pared y consiguió sacudirse el plomo imaginario que la mantenía en aquella posición fetal que la asqueaba tanto, “pobrecita tú”,- sacudió la cabeza al levantarse-, quería dejar las voces atrás.

El reflejo del espejo le devolvió únicamente una versión ruinosa de la otra, la contempló por largo rato, y pensó en Frida Khalo, “tremendo ego el tuyo, venir a compararte con Frida” replicó esta vez.

Allí estaba, -lo que quedaba de la otra-, podría haberse lavado la cara inmediatamente y dejar que el agua helada y el gel limpiador de marca le devolvieran un poco el brillo, pero quería disfrutar verla así, destrozada, sentirse dueña de sí otra vez; el golpe había sido duro, sí, pero bien valía la pena para retomar el control. Sonrió.

Allí estaba ella, de vuelta, al frente, otra vez ella Mica, Mica la que tenía un corazón. Sonrió; el agua tibia de la regadera sirvió para tallarse la gruesa capa de moho en la que se había convertido la otra, -Micaela-, observó sus pies, eran suyos de nuevo para ir a donde se le diera la gana con ellos.

Volvió al espejo, y ya con la cara limpia observó a la otra por última vez, quería, por alguna nostálgica razón, darle otro vistazo a su creación, al monstruo Frankenstein de porcelana.

Era hermosa, a su muy famélica y distante manera, Micaela la fuerte, Micaela la inteligente, Micaela la que era capaz de comerse el mundo de un bocado, porque ella era la dueña de todo.

Observó los profundos ojos miel, las cejas perfectamente depiladas, la piel blanca, el cabello delicadamente recortado para ser llevado luego recogido como si en realidad no importara, soltó una carcajada; era increíble todo el esfuerzo que había puesto en aquella creación durante tantos años.

Era perfecta, cada movimiento, la modulación de la voz, cada ademán, hasta las palabras en inglés o francés dispersas en la conversación cotidiana, todo, absolutamente todo era parte del personaje.

Pero ya estaba harta, ya no la soportaba, le había dado mucho, a manos llenas, hubiera sido injusto negarlo, le había ganado prestigio, respeto, dinero, era Micaela carajo!

Pero la había dejado tan sola, tan aislada en su perfecta torre a la que nadie tenía acceso, muchos habían sido los que habían llegado a su puerta pero no se habían atrevido a ir más allá de la verja, no sabían cómo franquearla.

Había sido una pendeja, había logrado tanto, pero había perdido justamente la única cosa que valía más que todo lo otro y ya era tarde para hacer el trueque, no había manera de recuperarlo.

Adíos Micaela.

...



Quiero mi corazón cáscara de nuez de vuelta con todo y su rumor de grillos y cigarras; este trozo de carne palpitante que han dejado en su lugar no me gusta, duele, no lo quiero, es estúpido...y viscoso, le odio tanto porque me vuelve vulnerable.

Que alguien traiga mi vieja, mi hermosa coraza de nogal de vuelta; extraño su olor a madera y su seguridad cavernosa.


Quiero mi corazón cáscara de nuez aquí, conmigo. No puedo con este nuevo corazón esponja...pesa tanto, está cargado de agua de río, de cadáveres de luciérnagas y diminutas mariposas amarillas...no lo entiendo, no sé cómo funcionan sus látidos, tanta sangre bombeando, irrigando color a mis mejillas, pensamientos dulces, recuerdos tortuosos; llévenselo, tírenlo a la basura... no lo quiero, no es mío.
devuélvanme por favor, por lo que más quieran, mi sólido, mi confiable corazón cáscara de nuez.

viernes, 12 de febrero de 2010

DOMINGO



Hay días que no me gustan abuela, días en los que me alcanza tu ausencia y la gata se asusta al verme tirada en el suelo; son días en que no soy yo, sino aquella que queda cuando todas las otras voces han huido. Son días en que la casa se me derrumba por encima y ni siquiera Schubert me salva del naufragio.

Odio esos días aciagos y estériles que me roban todos los colores, odio esos días abuela, los detesto con todo lo que tengo, con lo que queda aún en esa cáscara de nuez que ha sido desde siempre mi corazón.

Los odio abuelita porque no estás, porque no tengo tu olor para recordarme que todo va a estar bien, los aborrezco porque no sé qué hacer con ellos, porque sobre todo en esos días se van las otras…te acuerdas abuelita que te hablé de ellas? De las otras Andreas? Las que me ayudan a seguir porque yo sola no puedo con todo. Te acuerdas abue?...Las necesito para que ellas sean fuertes y chispeantes, porque yo no sé qué hacer a carne viva.

Odio esos días Catita, porque me cuesta tanto espantarme las alas de cuervo que se me atascan en el tórax, porque siento que no respiro; odio esos días abuela, los odio tanto…y tu cumpleaños es siempre uno de ellos.