lunes, 2 de julio de 2012

No eras tú, soy yo nene.

Había salido a caminar más que nada porque sentía que estaba a punto de treparme al ventilador del techo de la sala de mi apartamento, era, en efecto, uno de esos días en los que realmente me dan ganas de empacar y largarme a la selva, o a cualquier lugar que no sea esta ciudad.

En fin, decidí que estaba siendo demasiado dramática y que lo mejor sería salir a convencerme de que aún entre las grietas del pavimento era posible encontrar pasto creciendo. "Si la hierba sobrevive al concreto tú también puedes sobrevivir este día", me repetí como un mantra mientras bajaba los 7 tramos de escaleras para llegar por fin a la calle.

Afuera hacía un día magnífico, nubes algodonosas, el cielo de un azul imposible, y hasta los perros callejeros parecían sonreirme, "Ves, otra vez estabas exagerando" volví a decirme mientras le echaba la culpa de mi ansiedad al insomnio, vamos, nadie puede mantenerse del todo cuerdo al final de una semana en la que no se ha dormido más de doce horas en total.

Y así entre autobuses, iglesias, automovilistas empurrados y vendedores de cachivaches acabé llegando a la sexta avenida, que ahora luce limpiecita y ha sido rebautizada con un nombre más "aristocrático", aunque  para mí sigue siendo mi barrio, mi patio de atrás.

La verdad es que nunca pensé encontrarmelo allí, a él que tiene uno de esos apellidos que datan de la época de la conquista, sonrió al verme mientras que yo lo único que pude hacer fue murmurar "mierda". Se acercó y me besó en la mejilla, colocando sus manos en mis antebrazos , "pero dame un abrazo mujer" exclamó mientras envolvía mi cuerpo en sus brazos. Cerré los ojos y por un momento me permití oler su cuello, tálvez porque funciono mejor a partir de la memoria olfativa, que sé yo, a lo mejor sea solo un fetiche y yo sea una "oledora de cuellos compulsiva".

Luego de un par de frases amablemente convencionales acabamos en uno de esos cafés nuevos, de esos a dónde los niños bien como él van durante el día para no sentirse tan inseguros en la sexta avenida. Yo trataba de mantenerme dentro de los confortables márgenes de eso que los gringos llaman "small talk", porque realmente no sé cómo comportarme alrededor de la gente que alguna vez me significó algo importante. Él, en  cambio no tuvo el menor empacho en tocar el tema, el gran elefante blanco. "Te recordás de cuánto te quise?" me dijo serenamente, tálvez porque a él también le urgía sacar al paquídermo del cuarto.

Pendejo, me dejo sin habla por un minuto, solamente una mueca parecida a una sonrisa pude devolverle, mientras que él aprovechaba que el mesero acababa de servir nuestras bebidas para hacer una reverencia y ofrendarme la humeante taza de café con carcadamomo deslizando suavemente la taza sobre la mesa. "Estás medio loco" le increpé, "Sí, pero eso solía gustarte tanto" replicó para luego de dos segundos preguntarme "¿Qué pasó que al final ya no te enamoraste de mí?".

Tálvez porque no manejo bien este tipo de situaciones no supe qué responderle, tálvez fue que nunca he sido buena en eso de manejar mis afectos que apenas si alcance a decirle "No me enamoré de vos porque no me llevaste a las luchas".





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