viernes, 26 de octubre de 2007

La nueva adquisición

Ayer entre los 17 correos nuevos con que me tope al abrir mi casilla de e-mail, venia el de un amigo que se había leído de un tirón mis posts de hace diez días, y que se negaba –según escribió- a visualizarme convertida en una émula de la niña de Guatemala, por tanto prefería hacerme una recomendación desde su perspectiva de varón henchido de testosterona latinoamericana (la más brava de todas, dice).

Según él, lo primero que debe hacerse después de un descalabro amoroso, es asumir los propios sentimientos, llorar un rato, sorberse los mocos y apagar esa “maldita música deprimente”, nada de auto indulgencia. Ya crecerá un nuevo corazón allí mismo dónde el anterior quedó convertido en uva pasa.

Lo segundo es aventarse de nuevo al ruedo, ponerse a circular en el mercado de la carne y buscarse un nuevo frente, uno cuyo único propósito sea el de hacer ver al mundo que la vida siguió su rumbo, para él no hay filosofía más sagrada que aquella que reza “fake it, until you make it”; nada de tomar vacaciones emocionales, (ya vendrán después).

Y es que según dice no hay nada que les reviente más las pelotas que, confirmar su condición de seres desechables, y ver que aquella a la que creían destrozada, devorando chocolates y suspirando por su regreso, anda de lo más contenta con un nuevo elemento.

Les retuerce la tripa saberse superados, darse cuenta que la ex se ha conseguido un ejemplar que a ojos vista es mucho mejor que ellos, su amor propio no soporta que el fulano carezca de los defectos que en su momento a ellos les dejaron pasar en nombre del amor.

No hay autoestima masculina que resista comprobar que la ex está ahora más linda y se pasea por todos lados con un tipo más alto y mejor vestido, que no tiene más del 9 % de grasa corporal, y que para colmo conduce un automóvil del año; mientras ellos se ven cada día más cansados, no saben que hacer para disimular la barriga, y siguen con el mismo autito desvencijado.

Porque aunque pretendan estar más allá de la vanidad, y juren que nos desean felicidad eterna, su ego secretamente se revolcaba de gusto ante la posibilidad de haberse hecho del lugar principal en nuestro pedestal emocional.

Por lo tanto no hay que tenerles piedad.

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