viernes, 5 de octubre de 2007

Q1



Me gusta el transporte colectivo, con todo y sus fallas, he aprendido incluso a apreciar las pintas en el respaldo de los sillones, los resortes salidos del asiento, y los discos pirata de algunos de los choferes -casi todos, pero tambièn aqui excluyo al reggaeton- que a la vez que van vociferando insultos a cuanto automovilista, peaton, perro callejero o poste de alumbrado pùblico se les atraviese, todavia se toman el tiempo de tararear cumbias, merengues, clàsicos del rock ochentero, baladas latinoamericanas, coros religiosos y hasta alguna que otra estrambòtica pieza de la època disco.

Viajar en una destartalada camioneta me permite cabecearme sin la pena de ir a empotrarme en el bumper de otro auto, o bien sumergirme en la lectura del libro de turno, me da oportunidad de ver la vida en su punto àlgido, escuchar a las personas, observarlas, ser parte de su universo aunque sea por unos segundos. Me encanta eso de imaginar lo que estaràn pensando, o improvisar mentalmente los dialogos de algunos basandome en las expresiones del rostro, en la manera en que mueven las manos. Me da chance de olvidarme un momento de mi misma, de adentrarme en otros mundos, en otras realidades.

El otro dia por ejemplo no pude evitar observar a una pareja durante todo el trayecto ,- con el rabillo del ojo y escudada tras una novela de Tom Wolfe- , calculè que ninguno pasaba de los 22 años, ella lucia una prominente barriga de al menos 5 meses de gestaciòn, pero su rostro desmaquillado y con dos mechones de cabello sobre las mejillas parecia el de una quinceañera, al igual que su delgada y compacta figura como la de una adolescente que apenas està en la pubertad. El apenas mostraba un esbozo de barba, tan rala y rubia que parecia la pelusa de un melocotòn, llevaba una caja de pizza -quizà para satisfacer el antojo de su amada-, llamò mi atenciòn el que llevara dos enormes circonias adornandole el lòbulo de las orejas, (imagine a su desesperada madre buscando en el joyero sus aretes favoritos).

Su conversaciòn no vario en nada a la de cualquier pareja de veinteañeros, la tele, la mùsica, las discos de moda y las ganas que tenian de ir al concierto de Black Eyed Peas, todo tan comùn y tan corriente.

Minutos despuès subiò un vendedor ambulante, de los cientos que se miran a diario, ofreciendo lapiceros con tinta de gel, y hacia hincapie en que no eran una chucheria cualquiera, no, eran lapiceros con tinta de gel aromatizada y con brillantina, capaces de resaltar cualquier anotaciòn que se hiciera sobre la màs simple hoja de papel, y lo mejor de todo, decia, era que semejante artìculo de "lujo" costaba unicamente Q1, cien humildes centavos pagarìan todas aquellas bondades.

A "él" se le encendìo tal brillo en los ojos que no me sorprendio ver como registraba sus bolsillos hasta encontrar las monedas que cubrieran el precio de aquella maravilla, satisfecho y entusiasmado contò sus monedas, !Tenia ese quetzal!, ya nada podria evitar que se convirtiera en propietario de un lapicero con tinta de gel aromatizada y con brillantina. Con su quetzal en monedas le hizo una seña al vendedor, ella quiso sostenerle la muñeca y evitar que cerrara la transacciòn, pero fue mas rapido el experimentado comerciante, mientras èl le mostraba su nuevo tesoro, ella se limito a encogerse de hombros y hacerle una mueca, algo asi como un mudo reproche por aquel gasto que -supongo- considero innecesario.

Aquello me hizo pensar que a lo mejor su sencilla platica de un inicio no era màs que el intento de conservar hasta la ùltima instancia su sencilla vida de muchachos, como si con ello pudieran contener la avalancha de responsabilidades que se les vendrà encima con la llegada del crio. Espero que su amor sobreviva.

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