viernes, 26 de octubre de 2007

Una sencilla receta

Una taza de té de canela que se enfría sobre la mesa, -la lengua escaldada-, todas las ventanas cerradas, -me congelo hasta los huesos-, ropa de lana, la nariz roja, y mi primo que desde el Chat me da sus mejores consejos para curarme este resfriado, alcanzo a anotar algo sobre una infusión con tomillo, jengibre y medio limón, “ponle miel de abeja” me escribe, y casi puedo verlo sentado en la silla de al lado, con su suéter favorito, la gorra calada hasta las orejas, y con ese acento suyo de niño mexicano de universidad de paga; si estuviera acá ya habría sacado la bolsa de basura de la cocina, lavado los platos , (apilados hace dos días en el lava trastos), y me hubiera plantado un beso en la frente luego de servirme una buena taza de chocolate caliente, (nada mejor para los males de la garganta). Es apenas unos meses mayor que yo, vive solo desde los 18 y, -a diferencia mía-, desde hace tiempo aprendió a apañárselas con las tareas del hogar, y la vida de adulto.

A veces se lo lleva el demonio, y contempla el cerrar su casa y su negocio, regresar al hogar familiar, conseguirse un empleo en la banca o en alguna revista de farándula, (que para los efectos resultan siendo la misma mierda), y quitarse el peso del mundo de los hombros. En lugar de eso llena el ipod con su música predilecta, (antes quemaba algunos CDS, y antes de eso docenas de kcts que escuchaba en un reproductor panasonic que se compró con su primer sueldo, como pinche de oficina en un periódico de Puebla), empaca unas cuantas cosas y se larga unos días a quitarse la costra de la ciudad. Y regresa al cabo, fresco como el romero, lleno de ideas, y convencido de que la realización personal no tiene porque parecerse a los anuncios que pasan en el noticiero de las 6 de la tarde. Tiene una tienda de discos, es socio de una promotora de conciertos de rock, está a menos de un mes de casarse con una aspirante a cineasta a la que solo le falta un semestre para cerrar pensúm en la Escuela de Educación Cinematográfica, y que se gana la vida como bailarina en un club de strip tease, (ya casi ahorra lo suficiente para financiarse un documental sobre las peleas clandestinas de perros).

El té de canela ya no representa peligro alguno para mis papilas gustativas, y al apurarlo me produce tal sensación de bienestar,- el sabor dulce en los labios, el calor reconfortante en el pecho-, que me apresuro a servirme una segunda taza y a buscar en la alacena los ingredientes para la receta de mi primo. “Si puedes consigue eucalipto y lo hierves, ese vapor seguro te destapa la nariz”, increíble, los mismos consejos de la abuela, en pleno siglo veintiuno y en la ventanita del google Chat.

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